domingo, 4 de octubre de 2020

La leyenda del amor secreto de Pinet el bandolero.

A finales del año 1984, después de mostrar, en varias ocasiones, mi interés por conocer la finca de La Almiserá, Doña Antonia Aragonés, la señora de La Barbera y de dicha finca, dijo que me acompañaría hasta allí, pero... en mi coche.

Me sorprendió, ya que jamás me había dicho ni si, ni no.

Quedamos para esa visita y una soleada tarde nos fuimos para allá.

Al llegar, dejé mi vehículo en la explanada que había delante de la casona. Entramos en la vivienda y me enseñó todas sus dependencias. Estaba todo semi abandonado, al igual que sus extensas tierras, pero entre la belleza de las pinturas de las habitaciones del piso superior y lo viejo o antiguo de todo lo demás, hacía que la fascinación brotara en mi mente.


Casa de la finca de l'Almiserà propiedad de la familia Aragonés de Villajoyosa.

Salimos de la casa y la señora se sentó en una bancada junto al portal.

Vi que dos hombres se acercaban caminando junto a un gran aprisco que había bajo la colina donde se asentaba el caserón. Saludaron con gran vehemencia a Doña Antonia y después a mí.  Cuando comenzaron a hablar con la señora, me di cuenta de que eran dos de sus empleados que estaban al cuidado de la finca.

Uno de ellos, llamado Ángel, se dirigió a mí: --¿Te gusta la finca?

“Lo que he visto sí, pero no conozco nada más”—Respondí—

“Pues si la señora no tiene inconveniente, te puedo enseñar parte de ella”—me dijo—.

Al momento, la señora me miró diciéndome: “Ve con Ángel y que te enseñe la finca, mientras, tomaré el sol aquí sentada y charlaré un poco con Pedro”.

Anduvimos por el lado de poniente de la mansión, por una pequeña senda, entre lo que un día fue un jardín. Llegamos a unos vastos bancales que llegaban hasta el rio Torres. Algunos bancales los bajábamos por unas piedras incrustadas en el margen a modo de escaleras. Me quedé pasmado, mirando a unos vetustos algarrobos y olivos, sin duda centenarios, o quizás milenarios.

“Alguno de estos árboles deben de tener la edad de la famosa Olivera Grossa”—Dije—

A lo que Ángel contestó: “Seguro. Son antiquísimos” “Pero alguno de estos, además, han sido parte de historias románticas”.

Me quedé mirando a Ángel con los ojos abiertos como platos. Había tocado uno de mis puntos sensibles.


                                       Olivo milenario de la finca l'Almiserá donde se escondía Pinet

Estábamos junto al olivo que señaló cuando dijo la frase que me dejó paralizado. Le dije que nos sentáramos bajo la sombra de ese árbol. Nos sentamos y mirándole fijo a los ojos, le espeté: “Cuenta, cuenta”.

“Bueno, dicen que, en este olivo, y también en un algarrobo que hay ahí arriba, se escondía el famoso bandolero Pinet. Al parecer, una tarde, pasó por aquí con su caballo, camino de Finestrat, cuando se percató que una mujer estaba abrevando unas ovejas en el rio, se acercó a ella para preguntarle si había visto por allí o por los alrededores a la guardia civil”.

“Al oír el trote del caballo, la mujer dio un giro a su cuerpo”.

“Atemorizada ella por la presencia de un desconocido (por toda la comarca se conocían las acciones de los bandoleros) y admirado él por la juventud y belleza de la muchacha, se quedaron inmóviles los dos. Sus miradas se encontraron fijamente”.


Pinet, el último bandolero. Fulles grogues. Canal Nou

“Ella tendría entre los 18 y 22 años y Pinet aún no habría cumplido los 30”.

“Cuando el jinete reaccionó, la saludó con mucha cordialidad y después de preguntarle quién era, le dijo si había visto por allí a la guardia civil”.

“Angélica, que así se llamaba la joven, le dijo al apuesto varón, que era la hija del encargado de la finca, que no había visto a ninguna patrulla y que tenía prisa por ir a encerrar el rebaño, ya que se estaba haciendo tarde y sus padres podrían preocuparse por la tardanza”.

“Pinet, que era un joven muy apuesto y de una aplicada educación de familia pudiente, le dijo que se llamaba José y que le gustaría volver a verla” “Angélica agachó la cabeza y de su boca solo salió un trémulo adiós, enfilando con sus ovejas hacia el redil que hasta hace bien poco aún se conservaba y se utilizaba”.

“Prendado por la belleza de la muchacha, Pinet, que difícilmente se daba por vencido, la siguió, y cuando estuvo a su altura, bajó del caballo y se puso frente a ella. ¡Mañana volveré a verte! —le dijo—“.

“La joven alzó la vista tímidamente, y los negros ojos de Pinet se volvieron a incrustar en los de ella. Fueron dos segundos en los que, no solamente se penetraron con sus miradas, también se taladraron el corazón”.

“Con pasos ligeros, Angélica, se dirigió hacia los rediles. Pinet continuó absorto durante varios segundos, cautivado por la linda muchacha”.

“Con toda seguridad, ninguno de los dos pudo lograr dormir durante esa noche”.

“Al día siguiente, un par de horas antes del momento del encuentro anterior, el bandolero estaba rondando la finca de La Almiserá. Con mucha precaución se trasladaba de un punto a otro después de otear en todas las direcciones. Divisó el pequeño rebaño dirigido por la doncella y se dirigió hacia el rio, ya que entre las adelfas, cañares y zarzamoras estaría más seguro”.


La guardia civil registrando a un campesino. Periódico Las Provincias

 “La pastora se encontraba inquieta, a cada momento se paraba para lanzar una mirada por cualquier derrotero. Con recelo, pero ansiosa por volver a ver a quien no podía apartar de su pensamiento, al que ya consideraba su galán”.

“José Martorell Llorca, que así se llamaba Pinet, sabía que las ovejas irían a abrevar al mismo sitio, solo era cuestión de esperar y eso lo bordaba”.

“Llegó Angélica al abrevadero y continuaba con sus miradas intranquilas, movía la cabeza en todas las direcciones. Comenzaba a desilusionarse, para sí se decía que había sido una tonta”.

“De pronto oyó como un siseo. Se puso en guardia. Su rápida mirada exploró todos los rincones. ¡Ssssssshhhhh! De nuevo otro siseo. Le pareció que salía del viejo olivo, sobre el margen del bancal de arriba donde estaba ella, es decir, de este mismo árbol bajo el cual nos encontramos”.

“Allí dirigió su mirada y vio que del interior del tronco salía su anhelo. Le temblaba todo el cuerpo y su corazón parecía querer salir de su pecho”.

“Se quedó inmóvil mientras Pinet caminaba lentamente hacia ella, y cuando estuvo a medio metro, se detuvo. En ese momento sus miradas se encontraron y en pocos segundos, sin hablarse, se dijeron muchas cosas”.

“Pinet alargó sus fuertes brazos y la atrajo hacia su cuerpo. Angélica se dejó llevar. Sin dejar de mirarse, el galán acercó lentamente su boca hacia la de ella”.

“Cuando sus labios se rozaron, sintieron algo parecido a una descarga eléctrica que atravesaba sus cuerpos. Fue suave pero intenso, dulce, puro, placentero, celestial”.

“Después, él la abrazó contra su pecho y así estuvieron hasta que Angélica reaccionó asustadiza, pero no por lo que había sucedido, sino por si alguien pudiera haberles visto. Primero miró hacia la casa y después en todas las direcciones. Parecía todo en orden, pero al mismo tiempo que suspiraba, volvió su cara para decirle a Pinet con preocupación: ¿Nos habrán visto? ¡Si se enterara mi padre…!”.

“No te preocupes, de eso me ocupo yo. -dijo el bandolero- “.

“A partir de ese día, José Martorell, Pinet el bandolero, pasaba por la finca de La Almiserá para visitar a su amada, con la asiduidad que sus preocupaciones le permitían. Dos, o posiblemente tres, fueron sus puntos de contacto que les permitían esconderse de cualquier amenaza de las que continuamente le acechaban. Este milenario olivo, el algarrobo y quizás el acueducto que hay en la rambla de la parte norte de la finca”.


El algarrobo de l'Almiserá

“La enamorada Angélica pasaba los días esperando ser visitada”.

“El romance duró solo unos meses, ya que, engañado por una promesa de amnistía, Pinet se presentó en el cuartel de la Guardia Civil de Cocentaina (hay quien dice que fue en el de Tibi, incluso que fue capturado en la localidad valenciana de Llaurí), desde donde fue llevado a una cárcel de Málaga y después al penal de Ceuta. Allí murió en 1909 con 41 años”.

“Durante el tiempo que duró el idilio, jamás fue molestado ni importunado por nadie, a pesar de que, con toda seguridad, los padres de la joven y todos los campesinos que en el lugar trabajaban, conocían el amorío de la pareja. Pinet era conocido, respetado y temido, y ya en una ocasión le dijo a Angélica: ¡De eso me ocupo yo! Y seguro de que se ocupó”.

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