lunes, 30 de mayo de 2016

Desafío Nepal (Mi experiencia) 3. La odisea de los puentes colgantes


No sé a qué hora teníamos que estar desayunando pero sobre las 6 de la mañana me asomé por la ventana de cristales empañados y pude distinguir una gran montaña con su pico totalmente iluminado por el sol. Algo de nieve había en su cima que le daba un aire majestuoso. ¡Qué preciosidad!
Desde que salimos de Lukla, al levantar la cabeza siempre veíamos que estábamos rodeados de varias montañas que alcanzaban los 6000 metros.

                                    Durante el trayecto nos cruzamos con reatas de mulos cargados

Durante el desayuno me di cuenta de que tenía como un nudo en la boca del estómago que hacía que no pudiera engullir nada sólido. Sabiendo que lo necesitaba, hice un esfuerzo para poder comer las dos tostadas con mantequilla pero solo pude con una y a base de sorbos de café con leche.
Salimos a la pequeña terraza junto a la única calle del pueblo y de pronto me vino a la cabeza que el día anterior cuando estuvimos dando un paseo por el pueblo, llegamos a otro puente colgante donde estuvimos haciéndonos alguna fotografía. ¡Dios mío, el puente! ¿Cómo lo voy a pasar? Mi mente solo pensaba en ese maldito puente.

                                                                                     Puente de Phakding
Creo que mis peores momentos de toda la expedición fueron cuatro y por este orden: 1º cruzar los puentes colgantes. 2º la subida en vertical que realizamos como aclimatación, desde Namche Bazar al hotel japonés Everest View. 3º la bajada por el glacial tras subir al Cho La Pass y 4º el despegue del pequeño avión que nos trasladó a Lukla.
¡En marcha! En pocos minutos estábamos ante el puente. Llamé a tres de mis compañeras y les dije a dos de ellas se pusieran juntas delante de mí y yo pondría mis manos en sus hombros y la tercera se puso detrás cogiéndome uno de mis hombros. De esa forma yo solo veía la parte del puente sujeta en la otra orilla del barranco o rio ya que miraba por encima de sus hombros y por detrás me sentía protegido. ¡Perfecto! Lo pasé hablando con ellas y casi no me di cuenta.


Llegamos a la entrada de Parque Nacional de Sagarmatha y parada obligatoria para enseñar de nuevo la tarjeta de registro y la autorización para acceder a dicho parque.

                                                                    Entrada al Parque Nacional de Sagarmatha

                                               Tarjeta de registro y autorización para entrar al Parque Nacional

Continuamos el camino y ¡otro puente! Y este parece más largo. Valor y a realizar la misma jugada que en el anterior. Aunque daba la impresión que en este había más tránsito, no solo de porteadores, sino de reatas de yaks y de mulos. “Un momento, chicas” –dije- Me di cuenta de que en dirección contraria venían tres o cuatro yaks y no me hubiera gustado encontrarme con ellos suspendido en medio del puente. Esos animales suelen ser muy mansos y en cuanto te ven delante se paran, pero para que continúen te tienes que apartar y el ancho del puente podría medir unos 130 o 140 cm. y apartarte significaba tirarte encima del cable que sujeta uno de los flancos ¡Madre mía, que miedo! 

                                      Yaks cruzando uno de los puentes colgantes
Esperamos a que pasaran los yaks e inmediatamente nos lanzamos a atravesar la temida pasarela, que era transitada al mismo tiempo por otros caminantes.
Entre magníficos paisajes cruzamos dos o tres puentes colgantes más, aunque parecía que a mí ya no me importaban, pero… llegamos a un lugar de ensueño donde se divisaba una imagen que la película “Everest” plasmó. Los dos puentes colgantes juntos. Uno encima del otro. Verdaderamente de película,  una preciosidad ante nuestros ojos.

                                                                      Detrás de mí, los dos puentes colgantes

Llegamos ante el más largo y de más altitud. Imponía. De nuevo llamé a las compañeras. Me di cuenta de que soplaba un poco de viento y el puente se balanceaba. Creí que lo había superado, pero no. La mayoría de compañeros y guías ya estaban en el otro lado. ¡Valor Paco! –me dije- “Chicas, vamos allá” Comenzamos a caminar sobre el suelo metálico y los pasos eran más cortos que en otras ocasiones. Se me hacía interminable. Llegamos al centro y parecía que estaba sobre los caballitos de feria. Se movía más que la cola de un perro contento. Yo miraba hacia arriba, al infinito. ¡Qué angustia, señor! ¡Por fin! No sé cuanto tardamos pero los segundos me perecieron horas. Me abracé a mis compañeras ¡Conseguido!

                                         El último puente que cruzamos balanceándose por el viento

Ya quedaba poco para llegar a nuestro destino del día pero lo que ignoraba es que aún nos quedaba el tramo más difícil.
Comenzamos una ascensión que no acababa nunca. Un camino o senda o quizás mejor un pedregal, haciendo eses continuas y siempre hacia arriba. Unos 700 m. en vertical con un solo lugar de descanso hacia la mitad del tramo, en ese lugar había una señora vendiendo manzanas y agua y una joven sentada ante la puerta de una pequeña garita de madera que era una letrina.
Tres minutos de descanso, un trago de agua y vuelta al sendero pedregoso y empinado. Después de una hora y media de resoplidos, llegamos a un recodo. Nos juntamos todos para la foto ya que desde allí se divisaba Namche Bazar, nuestra meta del día a 3440 metros de altitud.

                                                  Namche Bazar, "la puerta del cielo"

Namche, “La puerta del cielo”. Un pueblo grande comparado con los que hay por los alrededores, pero como todos, en la ladera de una montaña, por lo que siempre hay que subir. Llegamos a nuestro refugio y después de instalarnos, le canté una canción tradicional valenciana a una viejecita que estaba en la calle y que no paraba de mirarme con cara de asombro, sorpresa o estupefacción, no sé, pero lo cierto es que me miraba con rareza. Creo que es normal. Después ducha pagada pero calentita y al comedor con la estufa encendida y alimentada con excrementos secos de yak y partida de “sexillo” (no tiene nada que ver con sexo).

                                          La viejecita  aguantó mi canción y después pasó de mí

A las 7 de la tarde allí ya ha oscurecido. Sobre las 9 es noche total y casi todos están durmiendo. Así que a la cama y hasta mañana temprano que nos veremos en el desayuno.

jueves, 26 de mayo de 2016

Desafío Nepal (Mi experiencia) 2

Segundo día y primero de expedición.
Desayuno a las 7,30 y salida en la misma “tartana” del día anterior hacia el aeropuerto doméstico de Katmandú. Antes de salir nos recomiendan que dejemos en el hotel todas las cosas que no van a ser imprescindibles, porque debido al tipo de avión, no dejan facturar más de 12 kg. ¡Madre mía! ¿Cómo será ese avión?
Llegamos al aeropuerto “acongojados” por la forma de conducir de los nepalíes. Entramos en la sala de facturación. Una especie de cobertizo parecido a un mercadillo cubierto en el que se podían ver toda clase de mercancías, desde vigas de madera hasta sacos de cebollas (ahora lo comprendo, porque nuestro destino era Lukla, puerta de cualquier ruta hacia el campamento base del Everest y hasta allí solo se puede acceder en avión o helicóptero).

                                          Fotografía de Reinhard Kraasch

Nos llevaron por la pista a una zona de pequeños aviones. Embarcamos en una “lata de sardinas”, teniendo que ir agachados para poder acceder a los asientos que me parece que eran un total de 15 o 16. El acceso a la cabina de pilotos era abierto, por lo que podíamos ver todas las maniobras que allí se hacían y uno de los asientos era para la azafata que se sentaba en la última butaca.
Motores en marcha. ¡Que Dios nos coja confesados! Allí vibraba todo, parecía que los tornillos se iban a salir de un momento a otro. Uno detrás de otro (parecía una procesión de avioncitos) aguardaban su turno junto a la pista principal. ¡Allá vamos! ¡Y con niebla! Con la fuerza que hice con los pies seguro que faltó poco para hacer un agujero en el fuselaje y no digo de la que hice en el asiento delantero que me cogí a él como si eso me fuera a salvar la vida.

                                                    Interior del avión

Después de media hora y unos 140 Km., miré por la ventanilla y vi que íbamos junto a una gran montaña y aunque por más que doblara la cabeza para mirar hacia arriba, no conseguí ver su cima. Pero si pude ver por la parte delantera del avión la pista en la cual aterrizamos. Empezaba en un precipicio y continuaba siendo una pendiente hacia arriba. El aparato tomó tierra y continuó por la corta pista hasta dar la impresión que chocábamos contra la pared final, pero no, unos 25 metros antes dio un brusco giro a la derecha y nos encontramos en una especie de aparcamiento. En ese momento las 13 personas que íbamos como pasajeros rompimos en un sonoro aplauso. Estábamos en Lukla a 2860 m. de altitud.

                                                  Lukla y su aeropuerto

Un programa titulado “Los aeropuertos más extremos” fue emitido en el Canal de Historia en 2010, calificando a este aeropuerto como el más peligroso del mundo. Los factores que hacen que el "aeropuerto de Lukla" sea considerado el más peligroso del mundo son:
  • Estar rodeado de montañas
  • La longitud de la pista (solo 450 metros)
  • La pista tiene pendiente
  • La presencia de un muro al final de la pista, lo que hace que los aterrizajes sean muy arriesgados.
  • La presencia de un acantilado al principio de la pista
  • Estar situado a mucha altitud, lo que hace que les llegue menos oxígeno a los motores y tengan menos aceleración.
Recogida de equipajes y una visión triste y penosa. Por la parte exterior de la oxidada malla metálica que impedía el paso a la zona, las caras de decenas de sherpas se apretujaban contra ella en espera de que alguien les diera un trabajo de porteador. Un soldado armado guardaba la machacada y corroída puerta de la misma valla.

                                           Con un vecino de Lukla. El aeropuerto detrás

Salimos del aeropuerto y caminando por la única calle de Lukla nos dirigimos al establecimiento donde nos esperaban los que durante la aventura iban a ser nuestros compañeros, los sherpas, los guías y el eslabón más importante, el jefe de la expedición que afortunadamente para nosotros hablaba algo de español.

                                                                Calle de Lukla

Preparamos los bastones, comprobamos las mochilas individuales, nos aprovisionamos de agua y… ¿qué me pongo en la cabeza? Se me olvidó la gorra. Pero no pasa nada, en cualquier lugar que haya una casa, hay una tienda, y allí mismo habían muchas. Gorra comprada. Nos quedamos asombrados cuando vimos que nuestros jóvenes porteadores hacían un paquete con las maletas de tres de nosotros y se las echaban a las espaldas sujetas por una cuerda que se la pasaban por la frente con una especie de trapo. ¡Madre mía! Si apenas miden 1,60 y pesan 50 kg. Son como las hormigas, llevan más peso que el suyo propio.

                                                                Porteador sherpa

¡En marcha! Comenzamos el trekking. 
Teníamos por delante unos 9 km. Y unas 4 horas de camino y lo curioso es que comenzamos en Lukla a 2840 m de altitud  e íbamos a finalizar la etapa en Phakding que se encuentra a 2610 m. Parecía fácil pero no fue así ya que las subidas y bajadas eran continuas y alguna muy pesada. La primera parada fue en un puesto de policía para presentar nuestro permiso para poder acceder al Parque Nacional de Samargatha además de la tarjeta de control de trekkers, el guarda anotó en una libreta y ¡paso libre!
Los paisajes son toda una maravilla, mucho bosque, agua corriendo por riachuelos, paso por pequeñas aldeas y en sus entradas las famosas piedras con sus letras en relieve y los no menos fascinantes rodillos a los que hay que hacer rodar siempre en la dirección de las agujas de un reloj.

                                     Ruedas de plegaria escritas con el mantra om mani

                                                   Piedras talladas con textos

De pronto aparece un puente colgante. ¿Lo podré cruzar? A pesar de que tengo vértigo lo voy a intentar. Alguno de mis compañeros ya se encuentra en la otra parte. ¡Valor Paco! ¡Allá voy! Comienzo bien pero a medida de que me acerco al centro me da la impresión de que estoy quedándome paralizado. Intento no mirar hacia abajo. El miedo empieza a llegar a mi mente. Hay más personas que están cruzando en los dos sentidos y el puente se mueve demasiado. ¡Qué angustia! Alargo los pasos mirando hacia el frente. Se me está haciendo interminable. Cuando quedan unos 10 metros, la altura ya no es la misma y al darme cuenta sonrío y se me pasó todo. Ya he llegado a la otra parte ¡Qué mal lo he pasado!

                                                      Uno de los puentes colgantes

Pregunto al organizador si hay más puentes colgantes que cruzar y me responde: “seis o siete más”. Me quedé de piedra. “No podré cruzarlos”-Me dije- Ya veremos más adelante cómo me las ingenié.
Nos cruzábamos constantemente con porteadores que subían y bajaban, con reatas de mulos cargados con mercancías o enseres y con algunos yaks también cargados a las órdenes de sus dueños.
Por fin llegamos a Phakding. Nuestros sherpas ya hacía rato que lo habían hecho. Nos distribuyeron en las habitaciones y elegimos el menú para la cena. Aún nos dio tiempo de dar una vuelta por el poblado. 

                                                    Yo en la única calle de Phakding

lunes, 23 de mayo de 2016

Desafío Nepal (Mi experiencia) 1

Creo que fue por enero, o quizás febrero, cuando un día en la comida, mi hijo Vicente dijo: “En mayo me voy a Nepal”. Como un resorte dije: “Yo también voy”.
Ahí empezó lo que posteriormente fue mi aventura nepalí a través de Vicente Monerris o lo que es lo mismo “Alicante Aventura”.
Un par de meses de compras de materiales y ropa de montaña, licencia federativa internacional, documentación, ingresos para compra de pasajes y demás, etc.
Y llegó el día esperado.
El sábado 30 de abril sobre las 13 horas, en la estación del trenet de La Vila, Monerris, Yolanda, Ángela, Xente y yo, embarcamos hacia Alicante.
Ya en la estación de RENFE, esperando la hora de salida del AVE hacia Madrid, comenzaron a llegar los otros miembros de la expedición, Belén y Fernando, Ana Isabel y Víctor, Ana Belén, Joan y Juan.

                                        El grupo en pleno en la estación de Alicante

Presentaciones y camisetas conmemorativas del evento.
Alicante- Madrid- Barajas, y sobre las 23 horas salida hacia Katmandú vía Doha, capital de Qatar. Unas 14 horas de avión.


                                         Aeropuerto internacional de Katmandú
 
Ya en el aeropuerto internacional de la capital nepalí, relleno de impresos y pago del visado.

                                Sacando el visado en el aeropuerto internacional de Katmandú

Salimos del edificio y gran recibida con puesta de collares de flores. Subida al microbús (o lo que fuera) y primera gran impresión camino del hotel. La densa circulación de vehículos (sobre todo motocicletas) era, y es, un desbarajuste. Cada uno circula como puede o como quiere, no existen señales ni semáforos, es un caos pero para ellos organizado, nadie protesta, ni grita, ni hace aspavientos, todos se conforman y la paciencia domina todo lo otro.

                                             Recién llegados a Katmandú, camino del hotel. 

                                        Circulación en una calle de Katmandú

Llegada al hotel en un callejón sin salida, sin luz y sin asfaltar o pavimentar. Nos llama la atención un señor en una garita metálica, toda oxidada, con su uniforme estilo policial o militar y un machete en la cintura.

                                      Con el vigilante del hotel Thelma de Katmandú

Nos dicen que la electricidad en la capital casi no existe y el hotel se autoabastece con un motor, pero sobre la medianoche lo desconectan. Mucho calor y el aire acondicionado de la habitación es un ventilador. No hay ascensor pese a tener cinco pisos.
Ducha reconfortante pero no hay cortinas ni mampara. Cuarto de aseo todo mojado y encharcado.
Por fin en la cama.