lunes, 20 de julio de 2020

El algarrobo que sirvió de refugio al bandolero Pinet.


El gran esplendor del bandolerismo valenciano (se les llamaba “roders”) se produjo en el siglo XIX, seguramente a causa de las guerras, el hambre, la opresión y las miserias. La mayoría de ellos eran conocidos por su apodo. Sus historias y relatos han llegado a nuestros días como leyendas románticas en las que robaban a los ricos para repartirlo entre los más pobres (recordemos al famoso bandolero de la televisión “Curro Jiménez”). Uno de los más significativos bandoleros valencianos fue “Tona de Pedreguer” que, traicionado por uno de sus hombres, fue abatido por la guardia civil y actualmente una calle de Pedreguer lleva su nombre, dignificando o admirando de este modo la figura de un proscrito, cosa muy poco objetiva.
Pero el bandolero que nos ocupa ahora, es el de la Marina Baixa, o sea, el de Finestrat, y sobre él, en el periódico “Las Provincias” de fecha 23 de noviembre de 2014, el periodista Óscar Calvé Mascarell, escribió lo siguiente:

Pinet el bandido. Fulles Groges. Canal Nou

José Martorell Llorca (1868-1909), alias 'Pinet', es uno de los últimos 'roders' valencianos y encarna el ideal del bandolero noble. Nacido en una familia acomodada, el destino le situó al margen de la ley. Cumpliendo el servicio militar recibió una paliza de un sargento. En su venganza mató al suboficial que le había maltratado y aprovechó la ausencia de testigos para intercambiar los documentos identificativos, sin foto en aquel tiempo. A efectos oficiales, Llorca había sido asesinado por su antiguo superior. Sólo sus vecinos de Finestrat sabían de la nueva vida de Pinet. Como en un guión de aventuras, un sacerdote solicitó la ayuda de Pinet para repartir justicia y bienes usurpados por los terratenientes locales. Fue el rector de La Nucia, Andrés Devesa Pérez 'Retor Poma', quien pidió auxilio. El bandolero formó una banda con su hermano y otros integrantes. Su objetivo eran diligencias de ricos que cruzaban las sendas que él dominaba a lomos de su caballo. Este botín sí se repartía entre los necesitados. El ingenio de Pinet y la ayuda de la población campesina le salvaron en más de una ocasión de la Guardia Civil, que llegó a enviar a 27 miembros a la Sierra de Aitana para capturarlo. Pinet es entonces el enemigo público número uno de los ricos propietarios de la zona, quienes instan a las fuerzas de seguridad a acabar con él. Paralelamente, su creciente fama de gallardo le transforma en objeto de deseo femenino. El final del bandolero fue, como su inicio, fruto de una mentira. El gobernador de Alicante se comprometió a perdonar a Pinet si este se entregaba. Era un engaño. Tras la rendición, a Pinet sólo le aguardó el penal de Málaga y Ceuta, en el que moriría el 1 de noviembre de 1909, tras disfrutar de un breve período de libertad.

Certificado de bautismo de Pinet el bandolero

Una parte muy importante de la historia de los pueblos la van proporcionando las personas mayores o de avanzada edad a través de sus relatos, sus escritos, las narraciones de sus vivencias y sus experiencias vividas a través de los años. Los relatos de estas personas son patrimonio intangible y por tanto una herramienta fundamental y valiosísima para conocer la historia del pueblo.
 A través de alguno de esos relatos, de personas que ya no están entre nosotros, pude saber el lugar exacto (dos de ellos) que Pinet utilizaba como refugio para ocultarse ante la presencia cercana de la guardia civil. Porque varios fueron los sitios y lugares que el famoso bandolero Pinet tenía como referencia para esconderse y despistar a la guardia civil, al igual que varias serían sus rutas para desplazarse.
Extensa fue la zona por donde discurrieron sus días de actividad y, cómo no, también de respiro y descanso.
Uno de los lugares por los que solía rondar con bastante frecuencia, fue por su pueblo natal, Finestrat. Desde allí, a menudo, transitaba hacia Villajoyosa, y viceversa. En esas rutas de tránsito es donde aún siguen esos dos refugios, afortunadamente, conocidos por mí.
Hace ya muchos años (demasiados, diría yo), acompañé a mi padre a una finca en la partida Arginenc de Villajoyosa, lindando con el término de Finestrat. Los que conocieron a mi padre saben que era leñador. Los propietarios de terrenos o fincas le requerían para que les hiciera el trabajo de arranque y limpieza de árboles viejos o deteriorados con el fin de replantar la tierra con nuevos y jóvenes ejemplares.
Al llegar al sitio convenido, su propietario, Don Pedro Soriano, estaba esperándonos.

La caseta de Don Pedro en el Arginenc

Después de los protocolarios saludos nos invitó a que lo acompañáramos por los bancales. Mientras caminábamos, Don Pedro iba señalando los árboles que mi padre tenía que eliminar de las parcelas. La mayoría de ellos eran algarrobos centenarios, tal vez milenarios.
¡Qué pena! Pensé yo. Tener que aniquilar y destruir estos seres que han vivido multitud de épocas y generaciones.
Alargando el brazo, señalaba con el dedo: “Este”, “este también”, “aquel de allí” …
En un momento dado, mi padre le dijo: - “Don Pedro, ¿y ese que se ha dejado?”
- “No, ese no”- Respondió el dueño de la finca. – “En ese, Pinet se escondía de la guardia civil y quiero conservarlo”.

Algarrobo de Pinet en la finca de Don Pedro Soriano.

Me quedé sorprendido. Segundos después le pregunté a Don Pedro: - “¿Por qué sabe que ahí se escondía Pinet?”.“En multitud de ocasiones mi padre me lo recordaba siendo yo un niño”- Contestó.
No me acuerdo con exactitud de las fechas, pero ese momento transcurrió allá por principios de la década de los setenta del pasado siglo. Mi padre, conocido como Francisco El Llarg o El Largo de L’Ermita, tendría unos cuarenta y tantos años y Don Pedro habría pasado de los setenta, por lo que es muy probable que su padre conociera personalmente al famoso bandolero Pinet.

Interior del algarrobo de Pinet

Hoy, en pleno año 2020, ese longevo algarrobo, posiblemente plantado por un árabe de Al-Ándalus, aún sigue viviendo en el mismo lugar. Esperemos que por muchos años más.

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