viernes, 20 de octubre de 2017

La luz del rayo hacía sonreír a los muertos

VII relato de “La Barbera. Una burbuja en el tiempo” o “Cuando los límites se entrecruzan”.

Enero de 1993.
Habían transcurrido menos de dos meses desde el fallecimiento de Doña Antonia.
Conchita, la señora que estuvo a su servicio y que la acompañó día y noche durante los últimos meses de su vida, acudía diariamente a La Barbera con el fin de pasar las horas junto a la que fue su compañera en el trabajo, Pepica. Mutuamente se hacían compañía y pasaban los días recordando las cosas y anécdotas que allí habían vivido.

                                                         Interior de la casa de La Barbera.

Frente al televisor, sentadas alrededor de la mesa camilla, cuyo mantel les cubría las piernas, calentadas por un brasero colocado en la base pasaban las horas, solamente interrumpidas por el sonido del timbre de la puerta de la verja metálica exterior que estaba frente al edificio de la Llar del Pensionista. Generalmente era alguien de la familia de Pepica, o tal vez la amiga Angelita del Pati Fosc, cuya casa afrontaba por la calle Andalucía con la misma Barbera, que muchas tardes soleadas, se acercaba para tomar el sol, sentándose en una de las piedras semicirculares que están a ambos lados de la puerta principal.
Era domingo. Llovía, hacía frio, alguna ráfaga de viento movía las palmeras del exterior, el sonido del mismo se juntaba con el producido por la caída de alguna palma desprendida. De vez en cuando, la claridad de un relámpago entraba por la única ventana del saloncito y seguidamente el trueno resonaba en la lejanía. ¡Un día de perros!
Las dos estaban muy entretenidas viendo y participando del programa de TVE “El Precio Justo” y del encanto de su presentador Joaquín Prat.

                                                      Joaquín Prat en El Precio Justo. vidasfamosas

Se hizo muy tarde.
Viendo la hora y el tiempo que seguía haciendo en la calle, Pepica dijo a Conchita que se quedara a cenar con ella y si el tiempo no amainaba, podría quedarse también a dormir.
Así lo acordaron, y llegado el momento, vieron que, en el exterior, el temporal continuaba.

                                                              newsinfo.inquirer.net

Conchita se dirigió a su anfitriona y le dijo:
--Tengo mucho miedo a los relámpagos y sobre todo a los truenos.
Pepica raramente dormía acompañada, pero viendo la cara de su compañera, dijo:
--No te preocupes que dormiremos juntas en mi cama.
--No sabes cómo te lo agradezco. –Contestó Conchita.

                                                                     El Abismo Del Cine - blogger

La habitación de Pepica no era pequeña. Una cama grande de matrimonio, a los pies de ella, dos sillas pegadas a la pared y un mueble cómoda a la derecha de la entrada. Una pequeña ventana daba al gran patio trasero.
Se metieron en la cama con un “buenas noches” cada una. Apagaron la luz y a pesar de que la ventana solo estaba cerrada con la cristalera, la oscuridad era total.
Oían la tormenta y cada cierto tiempo un rayo iluminaba la habitación durante dos o tres segundos.
Pepica se tapó hasta la nariz, con la cara hacia techo, y notó que Conchita se acurrucó pegada a su cuerpo.
--No te importa, ¿verdad? Es que así estoy un poquito más tranquila.
Pero en cada relámpago, Pepica notaba que su amiga doblaba la cabeza.

                                                               Foros de la Virgen María

Después de varios rayos y sendos movimientos de su cabeza, Conchita susurró al oído de Pepica:
--Enciende la luz.
--¿Qué te pasa? Dijo Pepica.
--Enciende la luz, por favor.
Pepica encendió la luz aupándose para quedarse sentada en la cama. Mientras, Conchita miraba detenidamente por toda la habitación.
--Ya me dirás qué es lo que te pasa. Dijo Pepica.
A lo que Conchita contesto:
--Cada vez que un rayo ilumina la habitación, veo dos personas sentadas en las sillas. Son dos jóvenes y nos miran sonrientes. Pero ¿dónde están? Entre los truenos y esto, estoy muerta de miedo.
--¡Ah, Bueno! ¡Es eso! Yo también los veo. Estate tranquila que no nos van a hacer nada. Son los señoritos Miguel y Cayetano. En algunas otras ocasiones los he visto, aunque siempre con la luz de un relámpago.

                                                                       El Intransigente

Volvieron a encamarse en las mismas posiciones anteriores. La tormenta duró hasta la mañana del día siguiente. Continuaron viendo a los jóvenes sonriendo en la claridad de cada rayo. Pepica pronto se durmió. Conchita… Bueno, lo que pasó Conchita esa noche, solo ella lo sabe o lo supo (ignoro si sigue viviendo), solo sé que nunca más volvió a pasar una noche en esa casa.
¿Quiénes eran Miguel y Cayetano?
Pues eso mismo le pregunté a Pepica cuando me contó esta historia.
Y esta fue su respuesta: “Fueron dos hermanos de Doña Antonia, que murieron juntos el 26 de septiembre de 1936. Cayetano tenía 35 años y Miguel 37”.

                                   Actual sepultura de los Aragonés en el cementerio de Villajoyosa

¿Por qué sabía Pepica que los dos jóvenes que sólo se dejaban ver a la luz de los rayos eran Miguel y Cayetano Aragonés Urrios?
Esa pregunta no se la pude hacer y por lo tanto no sé la respuesta. Si en alguna ocasión, Pepica, traspasa el límite en el que ahora se encuentra, o soy yo el que traspasa el límite de esta vida, para pasar al otro, le preguntaré.


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