viernes, 17 de junio de 2016

Alcancé los 5.420 m. Desafío Nepal (Mi experiencia) 9.

El toque de diana fue a las tres y media de la madrugada, ya que la jornada era la más larga e intensa de todas. Desayuno y a la marcha. Poco más de las cuatro señalaba el reloj cuando con las linternas en la frente emprendimos el camino en fila india. Frio intenso y abrigados con todas las prendas disponibles, comenzamos la subida de lo que sería para mí el punto más alto que pude alcanzar.
Si desde que salimos de Dragnag íbamos pisando una ligera y fina capa de nieve, a medida que ascendíamos se convertía en más cuantiosa. La claridad del día comenzaba a presentarse ante nosotros y comenzamos a apagar las linternas de los frontales.

                                      Un descanso antes de llegar al Cho La Pass

Después de una fuerte subida llegamos a un collado (5.000 m.) desde el que podíamos ver el Cho La Pass, lugar a donde nos dirigíamos. Continuamos subiendo unas tres horas, hasta que llegamos a una zona completamente cubierta por la nieve por la que teníamos que comenzar otra encaramada subida entre las nevadas y heladas rocas que apenas se veían.

                                          Un pequeño descanso entre la nieve

Nuestros sherpas se distinguían en la ruta a una considerable altura y con un guía abriéndonos paso iniciamos el escarpado ascenso con la indicación de pisar en el mismo lugar de las pisadas que nos antecedían, el inconveniente era que al ir pisando en la misma zona, la nieve prensada se convertía en hielo y el peligro de resbalones aumentó. 

                                                                                         Hacia el Cho La Pass

 La precaución se hizo más acentuada  y la fatiga y el agotamiento comenzaron a aparecer. Se me hacía interminable la trepada por ese desnivel tan erguido.
No sé el tiempo que duró la ascensión al collado del Cho La Pass pero, aunque exhausto, llegué, y después de unos minutos de resoplidos y profunda respiración recobré un poco las fuerzas y levanté la cabeza para mirar a mí alrededor. 

                                                                                          En el Cho La Pass

Las panorámicas allí son excepcionales. No solo del glaciar que aparecía a nuestros pies y los lugares de las montañas que lo circundan en los que la nieve y el hielo lo surten. También se observan el Cho Oyu y otros varios montes que superan los 7.000 m.

                                                                        Pasamos por el interior de ese glaciar

Por lo que a mí respecta, había llegado al punto más alto de mi aventura nepalí, 5.420 m. de altura sobre el nivel del mar.
El grupo se veía feliz, se hacían fotografías, cantaban, nos felicitamos con abrazos y algunas se liaban un pitillo para aplacar el “mono”.

                                                                          Cinco vileros a 5420 m. de altura

Asombroso y deslumbrante el glaciar que hay en la parte del collado de Cho La Pass que da al valle de Lobuche.
Para continuar nuestro camino se hizo imprescindible caminar por dentro del glaciar, y si el de Ngozumba era en su mayor parte de piedras, rocas y arena, éste era todo hielo con grietas y agujeros o pequeños lagos con agua y témpanos de hielo. Se percibía peligroso.

                                            Zona de hielo por la que cruzamos

Pero nuestros sherpas y guías eran buenos y conocían muy bien la zona y el terreno que pisaban. Nos indicaron lo mismo que cuando iniciamos la subida al Cho La Pass, pisar todos en las huellas que ellos iban dejando. Así lo hicimos y no por ello pudimos evitar algún que otro resbalón, pero la precaución era máxima y poco a poco pudimos atravesar toda la zona helada del glaciar Gaunara hasta llegar a un terreno sin hielo ni nieve y desde allí (salvando un difícil tramo de grandes rocas donde Joan tuvo que deslizarse con sus posaderas por una inclinada de unos 5 o 6 metros) a una senda que nos condujo al refugio de Dzonglha.

                                                                Uno de nuestros sherpas bajando al glaciar de Dzonglha

Habían pasado unas ocho horas desde que comenzamos la jornada y la parada en Dzonglha era para comer y posteriormente continuar la marcha hasta llegar a Lobuche para pernoctar. Eso significaban tres y media o cuatro horas más de camino. He comenzado esta narración diciendo que sería la jornada más larga e intensa. Cerca de doce horas para llegar de un punto a otro.
Me planté. No pude continuar. No quise comer (habitual en los ocho días anteriores). Solo quería dormir. Intentaron convencerme de que siguiera hasta Lobuche, pero me era imposible, estaba agotado, sin fuerzas. Me dijeron que los sherpas ya habían salido hacia el albergue donde teníamos que dormir y por tanto mis enseres con el saco de dormir iban con ellos. “Me da igual” –Les dije- que me den mantas que me voy a dormir ahora mismo y mañana seguiré hasta Lobuche.
Así fue, me dieron tres colchas y me metí en la cama diciendo que no me llamaran hasta el día siguiente. La cabeza me daba vueltas y al igual que en los anteriores días continuaba sin poder dormir. Cuando terminaron de comer, el grupo continuó su marcha hasta el destino final del día, aunque yo no me enteré, estaba como flotando, sin ideas, sin pensamientos.

                                                                                   Albergue de Dzonglha

No sé qué hora sería, pero deberían de ser al rededor de las seis de la tarde, ya que tocaron a la puerta y al mirar por la cristalera de la ventana vi que estaba oscureciendo. Volvieron a tocar a la puerta, “Paco, Paco” –oí tras la puerta- “Qué pasa” –dije- “Cenar” –contestó- Me pareció la voz de uno de los sherpas, pero solo le dije “No quiero cenar” ”Despiértame mañana por la mañana”.
Avanzada la noche me levanté para orinar y deambulé por un par de pasillos sin saber dónde estaba y después de vagar por allí y de abrir alguna puerta, me encontré con la letrina (Un agujero en el suelo, sin papel higiénico y un bidón de plástico medio lleno de agua con un bote dentro de él.
Volví a la habitación (había dejado una abertura en la puerta para saber que era la mía) y me tumbé en la dura cama.

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