En el mes de diciembre del año 2012, como voluntario de
Vilamuseu acompañé a la técnica museográfica María Jesús Molina a la residencia
de la viuda del escritor vilero Cristóbal Zaragoza Sellés en la localidad de
Orba para recoger los libros y revistas que formaban su biblioteca y éste había
donado al ayuntamiento de Villajoyosa, su ciudad natal.
En la casa de la calle San Vicente de Orba nos recibió Doña
Amparo Martínez Zaragoza, la viuda. Junto a la puerta en la parte interior de
la vivienda, me llamó la atención unos azulejos pegados en la pared con el
texto de unos versos firmados por Pascual Giner en el verano de 1995, regalados
por este poeta de Benissa y residente en Valencia al escritor en reconocimiento
de su amistad y cuyo título de la poesía era “El día que conocí a Cristóbal
Zaragoza”.
Doña Amparo nos acompañó hasta la
biblioteca que estaba en la buhardilla de la casa. La estancia era acogedora y
tenía una puerta de salida a la gran terraza desde la que se divisaba el
maravilloso paisaje de las sierras de la Carrasca, el Cavall o Migdia.
Cristóbal Zaragoza llamaba a esa buhardilla “el Colomer” (el Palomar). Un cuadro con la fotografía de Niceto Alcalá
Zamora, presidente de la Segunda República Española entre los años 1931 y 1936
destacaba entre las estanterías de libros. Sabido es que el escritor era
antifranquista y republicano.
Después de ojear todo lo que allí
había y decirnos Doña Amparo qué era lo que podíamos llevarnos, mi compañera
María Jesús con la cámara de fotos en la mano le dijo si podía fotografiarla.
Inmediatamente la anfitriona puso sus manos por delante y moviéndolas de un
lado a otro exclamó: “No, no, no quiero que me hagas ninguna foto”. Yo no quería perder la oportunidad de tener
una fotografía junto a esa persona que no conocía pero que desde el primer
momento que la vi me causó simpatía y sobre todo la consideraba importante e
interesante.
“Doña Amparo -le dije- yo solo soy un
voluntario que he venido para ayudar y personalmente me gustaría tener una foto
junto a usted. Le prometo que esa foto no la verá nadie mientras Vd. viva”.
Se me quedó mirando y dijo: “Con
usted si me la hago”.
Esa fotografía junto a Doña Amparo en
la biblioteca de Cristóbal Zaragoza en el pueblo de Orba es la que acompaña
este relato.
Dos veces más fui a esa casa para
trasladar hasta el museo de Villajoyosa lo donado por el escritor y después de
eso ya no supe de Doña Amparo hasta que mi amigo el investigador vilero Vicente
Márquez Galvañ, comentando con él sobre el contenido de este escrito, me dijo
que había fallecido y que estuvo interna en una residencia de la tercera edad.
Me trasladé a la residencia y allí me confirmaron que Doña Amparo
Martínez Zaragoza estuvo interna en la Residencia de ancianos la Llar de
Castells en la calle Mayor nº 23 de la localidad de Castell de Castells, desde
el día 2 de febrero del 2014 hasta el de su fallecimiento ocurrido el 23 de
enero del 2018.
Después de que María Jesús tomase la fotografía, nos pusimos
a empaquetar libros y revistas al mismo tiempo que bajábamos las cajas
embaladas hasta la furgoneta del museo de Villajoyosa. En un momento me di
cuenta que junto a los libros de una de las estanterías estaba la figura de un
santo.
“Doña Amparo ¿y este santo?” -dije. A lo que contestó: “Es
San Pancracio” “Mi marido quiso tenerlo aquí porque cuando lo miraba se
acordaba de Villajoyosa” “Si lo quiere se lo puede llevar”. No desaproveché su
ofrecimiento y San Pancracio se vino a mi casa y ahí sigue.
Pasaron los años. Un día, la mirada se me fue hasta la figura
del santo y de repente me vino a la mente una reflexión, ¿por qué tendría
Cristóbal Zaragoza la figura de un santo? Si era totalmente ateo, o quizás
agnóstico. No sé, lo que sí es seguro es que era irreligioso.
Él vivió durante mucho tiempo en el casco antiguo de
Villajoyosa cuando ejerció de profesor en la academia de enseñanza media que
creó. En ese centro histórico se celebra todos los años la festividad de San
Pancracio, al que se le solicita salud y trabajo.
Era un hombre del pueblo y no solamente respetaba, sino que también acogía sus tradiciones y costumbres. En su estudio quiso tener algo que le recordara a su amado pueblo y eligió esa pequeña imagen de San Pancracio y aunque no creyente, en silencio y desde su interior, levantando la mirada, rogaba por la salud y el trabajo, dos de los bienes que más apreciaba, evocando al mismo tiempo a los amigos y conocidos del histórico barrio de Villajoyosa.
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Muy buen relato !!
ResponderEliminarComo siempre !!!